Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

miércoles, 29 de julio de 2009

29 DE JULIO


La muralla que circundaba la ciudad de Veracruz se comenzó a construir el 17 de mayo de 1683 debido a los ataques de corsarios y piratas como Laurent de Graff, mejor conocido como Lorencillo. Fue terminada hasta 1790, después de un largo proceso de construcción y adaptación. Medía cuatro varas castellanas de alto (1 vara = 83.59 cms), una de ancho y 3,174 varas de longitud, adosados a la misma nueve baluartes que la resguardaban. Todos éstos tenían nombres religiosos. Eran:
1.- Baluarte de La Concepción o Caleta.
2.- De San Juan.
3.- De San Mateo.
4.- De San Javier.
5.- De Santa Gertrudis.
6.- De Santa Bárbara.
7.- De San Fernando.
8.- De San José.
9.- De Santiago o del Polvorín, siendo éste último el único que todavía existe.
Los cuarteles militares en conjunto podían portar hasta cien cañones para su defensa. La muralla tenía para su acceso tres puertas de tierra y una de mar, las cuales se abrían a las seis de la mañana y se cerraban a las seis de la tarde. La puerta más importante era la Puerta México, ubicada al noreste, en lo que hoy sería la calle de Constitución entre 5 de Mayo y Madero, casi frente a la escuela primaria Vicente Guerrero y a tan sólo unos pasos de la iglesia de la Divina Pastora. Prácticamente en esta puerta iniciaba el Camino Real. Le seguían: la Puerta Nueva o Acuña al oeste en lo que hoy es Zamora entre Degollado e Hidalgo y la Puerta Merced al sur en lo que hoy sería la entrada de la avenida Independencia esquina con Rayón. Del lado del mar estaba la hermosísima Puerta de Mar, o Del Muelle y frente a ésta -por el interior de la ciudad- se encontraba la Plaza del Muelle en la cual eran depositados al aire libre todas las mercancías que bajaban de los barcos, sin existir zona fiscal. Afuera de la Puerta de Mar estaba el Muelle, que había sido reconstruido con piedra en 1843 y en donde se encontraban los aparejos de madera que servían para la carga y descarga de mercancías que traían las Falúas desde los barcos amarrados en San Juan de Ulúa y también de personas que llegaban por barco a Veracruz. La muralla encerraba 64 manzanas y 1106 casas. La ciudad de Veracruz se encuentra trazada –por lo menos en su Centro Histórico- por las Ordenanzas de 1573 del rey Felipe II para la construcción ciudades costeras de Indias. Por ello, podemos apreciar la Casa de Cabildo o Palacio Municipal, frente a ella la Plaza de Armas, hoy Zócalo, al lado soportales para mercaderías y una iglesia, hoy Catedral de Veracruz. El drenaje era a base de caños a cielo abierto en medio de todas las calles con declive hacia el mar, las cuales eran limpiadas por personal del Ayuntamiento. La ciudad se abastecía de agua por medio de un antiguo acueducto subterráneo construido por un fraile franciscano de nombre Pedro de Buceta en 1723. Traía el agua de la Laguna de Malibrán hasta la ciudad, para surtir las primeras cinco fuentes públicas. Hasta los años sesentas del siglo decimonónico se pudo lograr la introducción de las aguas del río Jamapa y las fuentes públicas aumentaron a doce. En 1868 se construyeron los Lavaderos Públicos para la población, ubicados en la Plazuela de Loreto, hoy parque de La Madre. Las calles de Veracruz estaban empedradas desde 1780, y desde 1855 se alumbraba la ciudad por las noches con 250 lámparas de gas alimentadas por el “gasómetro”, que se encontraba a extramuros.

Tenía un mercado llamado Trigueros, inaugurado en 1841, un edificio para la carnicería y pescadería, así como tres iglesias intramuros las cuales eran La Divina Pastora, La Asunción de María (hoy catedral), la capilla de Nuestra Señora de Loreto y la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, la cual tenía un “camposanto” a extramuros, clausurado en 1848. En su lugar se abrió un nuevo Cementerio General muy bien hecho, bardeado, con una capilla al centro. Se encontraba en lo que hoy es el Parque Ecológico. Fue clausurado en 1930. La ciudad constaba, además, de seis conventos con escuela, cuatro hospitales, un teatro Principal, hoteles, mesones, comercios importantes, boticas, cafés, restaurantes y servicio de tranvías de tracción animal (mulitas), desde 1864 llamado Ferrocarril Urbano de Veracruz. A extramuros, al sur, se encontraba el parque de La Alameda y a un lado de éste la Plaza de Toros, que era de madera. Muy cercano también estaba la primera estación del ferrocarril. El Matadero o rastro se ubicaba muy al sur, cercano a la playa, seguido por los “Hornos” para cal y ladrillo. Había una Casa de Correos y desde 1855 se contaba con servicio de telégrafo. Frente a la Puerta México estaban los almacenes de Las Californias, los cuales daban el servicio de hospedaje a los viajeros llegaban a la ciudad en horas en que las puertas estaban cerradas. La ciudad amurallada de Veracruz tuvo su primer cuerpo de bomberos desde 1873, siendo éste el primero de América Latina. Su población fue variante debido al azote de epidemias y batallas sufridas. Los nombres de las calles de la ciudad amurallada variaban en cada tramo y se nombraban de acuerdo a algo que estuviera o que había sucedido ahí. Sólo la hoy avenida 5 de Mayo se llamaba en su totalidad Avenida de las Damas, ya que por ésta paseaban las damas que habitaban la ciudad.

El inicio de la demolición.
Desde mediados del siglo XIX se hablaba ya de la necesidad de saneamiento de la ciudad de Veracruz. Se hablaba también de que la muralla impedía el libre paso del aire por sus calles. En la década de los sesentas del siglo XIX se rompió parte de la muralla para que pudiera entrar el ferrocarril a la ciudad. Esto se realizó en el tramo que correspondía entre el baluarte de San José y el de Santiago, justo atrás de lo que hoy es el IVEC. Los vientos del norte formaban enormes montañas de arena que se acumulaba sobre la muralla y que en ocasiones la llegaban a cubrir en su totalidad. La gente de manera muy curiosa entraba a la ciudad caminando por esos arenales encima de la muralla, ya sin utilizar sus puertas vigiladas. Además, se erogaban grandes gastos en el retiro de esa arena. En febrero de 1880, una carreta entró a la ciudad por la angosta Puerta de la Merced -la cual estaba abarrotada a sus lados por vendedores de fritangas y muchos otros productos- y por desgracia atropelló y dio muerte a una niña. Este hecho, registrado en el Boletín Municipal que emitía en Ayuntamiento de esa época, marcó la pauta para que las gestiones de la demolición de la muralla se acentuaran.

Se solicitó permiso primero para la ampliación de dicha puerta, siendo concedido. Los trabajos comenzaron de manera casi inmediata, pero el asunto no paró ahí. Meses más tarde, una comitiva municipal conformada por el Alcalde de Veracruz, Don Domingo Bureau Vázquez, y los regidores Don Francisco Canal y Don José González Pagés, partió hacia la ciudad de México a entrevistarse con el presidente Gral. Porfirio Díaz Mori, el cual terminaba su primer periodo de gobierno, para solicitarle el permiso para la demolición total de la muralla que circundaba a la ciudad de Veracruz, la cual pertenecía en tutela a la Secretaría de Guerra y Marina (hoy Secretaría de la Defensa Nacional). Díaz concedió el permiso y también el beneficio de poder vender y utilizar por parte del Ayuntamiento la piedra que se sacara de la misma. La demolición de la muralla comenzó el 14 de julio de 1880 con una solemne ceremonia. A las cuatro de la tarde salió del Palacio Municipal el Alcalde Bureau, acompañado del cuerpo edilicio, comerciantes, vecinos , la Banda de Música Municipal y unos “rallados” (presos de San Juan de Ulúa que vestían un uniforme de rallas). Caminaron por la calle de María Andrea (Zamora) hasta llegar a la Puerta Nueva o Acuña en donde, después de un emotivo discurso y muchas aclamaciones, se dio el primer barrenazo de la demolición de esa muralla que, completa, había durado menos de cien años. Con su demolición se logró unir el interior de la ciudad con los crecientes barrios a “extramuros” como La Huaca, Mondonguero, Caballo Muerto y Californias. Así el Ayuntamiento podía también cobrar allí impuestos municipales. La piedra fue vendida por el Ayuntamiento y en ocasiones sirvió también de paga para los colaboradores en la demolición, pues no había muchos fondos económicos para el pago del mismo trabajo. Se ocuparon inclusive hasta sus cimientos, por lo que muchos edificios que están en el Centro, en lo que sería las cercanías de la muralla, están construidos con piedra de la misma. La demolición del recinto amurallado duró también varios años, quedando solamente para servicio del ejército el Baluarte de Santiago y los cuarteles Hidalgo y Morelos, derrumbados alrededor de 1945, y que se encontraban en donde hoy está la tienda Casas Castilla, el Teatro de la Reforma y el Palacio Federal.

martes, 21 de julio de 2009

21 DE JULIO

La expresión comunitaria del son jarocho es el fandango, en él convergen músicos, bailadores y versadotes; la música y el baile se improvisan alrededor de una tarima hecha de madera. No hay horario para hacer e fandango: puede ser de día, después de una boda o bautizo, o en la noche, durante una fiesta patronal o una velación para terminar con las luces del nuevo día. La tarima es de medidas variables; tampoco hay una madera específica para construirla, aunque se prefieren las especies duras, que soporten el zapateado, como el cedro o el chagani. Al igual que con las jaranas, también se acostumbra a bautizar a la tarima antes de zapatear. Entre los popolucas el rito se hacía la noche de un viernes para amanecer el sábado. Se escogía un pollo blanco, se le daba siete vueltas a la tarima, tocando con él cada una de las esquinas en cada vuelta, para luego sacrificarlo. Previamente se sacrificaba también un cerdo y se hacían tamales. La carne del pollo se hacia en caldo o se agregaba a los tamales, mismos que se consumían en la madrugada. Enseguida se tiraban al río las plumas del pollo y los restos del cerdo. Este ritual recuerda mucho a la danza del Muerto o de la Basura, en el cual también se elaboran tamales de carne de cerdo que son consumidos a la media noche y sus restos se tiran al río junto con las cosas del difunto. El o los grupos jaraneros que tocan alrededor de la tarima tienen tres músicos como mínimo, pero pueden tener hasta ocho cada uno. Es frecuente que avanzado el fandango se junten varios grupos de jaraneros y se agreguen a ellos los jaraneros desbalagados, sin grupo, de manera que puedan juntarse hasta 20 o más jaraneros. La magia y el misticismo también están presentes en los fandangos. Hay jaraneros que acostumbran meter un cascabel de víbora a su jarana para que suene mejor, pero también para que desafinen las jaranas de los grupos que pasan después. Con un objetivo similar, se dice que si algún jaranero se mete un sapo en la bolsa de los jaraneros que pasan después se les revientan las cuerdas de las jaranas. Pero si lo que se quiere es que el fandango termine en pleito se debe rezar el Padrenuestro al revés. Por el contrario, si se quiere conjurar el peligro de riñas supuestamente frecuentes cuando se canto el son del Buscapiés, se deben intercalar versos religiosos, pues se cree que es un son que atrae al Diablo. La tradición oral de casi todos los pueblos del Sotavento da cuenta de cómo al cantar el son del Buscapiés en un fandango apareció un negro vestido de bombín, como el de la lotería, o un hombre blanco y barbado vestido elegantemente, bailando con maestría incomparable, pero al cantar los versos religiosos desapareció dejando un olor a azufre. En esta ocasión Roberto Fentanes nos invita a disfrutar de esta expresión artística a través de la plástica y el óleo sobre lienzo. No faltes la cita es este 21 de Julio a las 20 hrs en la Casa Salvador Díaz Mirón.