Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

martes, 21 de julio de 2009

21 DE JULIO

La expresión comunitaria del son jarocho es el fandango, en él convergen músicos, bailadores y versadotes; la música y el baile se improvisan alrededor de una tarima hecha de madera. No hay horario para hacer e fandango: puede ser de día, después de una boda o bautizo, o en la noche, durante una fiesta patronal o una velación para terminar con las luces del nuevo día. La tarima es de medidas variables; tampoco hay una madera específica para construirla, aunque se prefieren las especies duras, que soporten el zapateado, como el cedro o el chagani. Al igual que con las jaranas, también se acostumbra a bautizar a la tarima antes de zapatear. Entre los popolucas el rito se hacía la noche de un viernes para amanecer el sábado. Se escogía un pollo blanco, se le daba siete vueltas a la tarima, tocando con él cada una de las esquinas en cada vuelta, para luego sacrificarlo. Previamente se sacrificaba también un cerdo y se hacían tamales. La carne del pollo se hacia en caldo o se agregaba a los tamales, mismos que se consumían en la madrugada. Enseguida se tiraban al río las plumas del pollo y los restos del cerdo. Este ritual recuerda mucho a la danza del Muerto o de la Basura, en el cual también se elaboran tamales de carne de cerdo que son consumidos a la media noche y sus restos se tiran al río junto con las cosas del difunto. El o los grupos jaraneros que tocan alrededor de la tarima tienen tres músicos como mínimo, pero pueden tener hasta ocho cada uno. Es frecuente que avanzado el fandango se junten varios grupos de jaraneros y se agreguen a ellos los jaraneros desbalagados, sin grupo, de manera que puedan juntarse hasta 20 o más jaraneros. La magia y el misticismo también están presentes en los fandangos. Hay jaraneros que acostumbran meter un cascabel de víbora a su jarana para que suene mejor, pero también para que desafinen las jaranas de los grupos que pasan después. Con un objetivo similar, se dice que si algún jaranero se mete un sapo en la bolsa de los jaraneros que pasan después se les revientan las cuerdas de las jaranas. Pero si lo que se quiere es que el fandango termine en pleito se debe rezar el Padrenuestro al revés. Por el contrario, si se quiere conjurar el peligro de riñas supuestamente frecuentes cuando se canto el son del Buscapiés, se deben intercalar versos religiosos, pues se cree que es un son que atrae al Diablo. La tradición oral de casi todos los pueblos del Sotavento da cuenta de cómo al cantar el son del Buscapiés en un fandango apareció un negro vestido de bombín, como el de la lotería, o un hombre blanco y barbado vestido elegantemente, bailando con maestría incomparable, pero al cantar los versos religiosos desapareció dejando un olor a azufre. En esta ocasión Roberto Fentanes nos invita a disfrutar de esta expresión artística a través de la plástica y el óleo sobre lienzo. No faltes la cita es este 21 de Julio a las 20 hrs en la Casa Salvador Díaz Mirón.

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