Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

miércoles, 4 de marzo de 2009

5 DE MARZO

Hablar de Mariano Azuela, es referirse sin duda a uno de los grandes novelistas de la literatura posrevolucionaria en nuestro país. En Azuela el novelista y el moralista van de la mano: sus obras revelan una invariable compasión hacia los oprimidos, igual amor a la verdad, a la equidad, a la rectitud, la misma aversión a la falsía, a la injusticia, a la maldad.

Sus primeras novelas iban contra los asfixiantes convencionalismos sociales y los abusos propios de un régimen económico y político oprobioso y ya caduco; las siguientes denuncian la corrupción en que degenera la sociedad por no llevar hasta sus últimas consecuencia el proceso emancipador que la revolución anunciaba; las últimas censuran los errores o los vicios de ciertas capas sociales.

En la obra literaria de Azuela México se mira como un espejo, con sus paisajes evocadores, ya áridos, ya ubérrimos, con sus tormentas y sus cielos profundos. Su obra compone un vasto fresco de todos los estratos sociales mexicanos. Escribió Los de abajo al mismo tiempo que sucedían los hechos históricos que relata, buscando colocar en la revolución a un grupo de luchadores que se integraran completamente con la historia, crear mexicanos de cuerpo entero, gemelos de tantísimos otros, seres con individualidad, idénticos a los que el autor veía en el trato cotidiano.

Los personajes se perfilan por sus actos y palabras, sin necesidad de inventariar su manera de ser, sin enumeración de su universo interior.

Su estilo es nervioso, ágil, conciso y muy gráfico. Bastan unas cuantas páginas para situar figuras, componer ambiente, orientar el drama. Unos párrafos, a veces unas líneas resumen la actividad de los personajes. La relación de los hechos, casi siempre indirecta, mediante la descripción de sus consecuencias, obliga a leer atentamente, para comprenderlos bien y concatenarlos.

Azuela narra solamente lo esencial, y la manera con que lo narra da a su prosa intensidad expresiva. Pasma la sobriedad de sus recursos no menos que el vigor de los resultados con ellos obtenidos. El escritor traza un fiel retrato de la vida real y, ahí mismo, en su misma exposición subyace la voluntad manifiesta de cambiarla.

El tema central de su novelística es el combate contra la injusticia, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. Siempre hay una persona, o varias, víctimas de la opresión: del mal gobierno, de un despótico hacendado, de un cacique expoliador, de un jefe arbitrario, de un tiránico pariente.

En esta ocasión disertaremos con un descendiente filial directo de aquel novelista que con sus letras ha permeado fielmente la idiosincrasia de un pueblo tan plural como homogéneo, México.

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